DIACRÓNICO — La ley antimeme: el humor bajo sospecha

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Eleaney Sesma

Hace unos días leí, casi incrédula, que en el Congreso de la Unión un diputado de Morena, Armando Corona, propuso una reforma al Código Penal para castigar hasta con nueve años de cárcel a quien se atreva a hacer o compartir un meme, un sticker o cualquier contenido digital que “ridiculice” a los políticos. El argumento, según él, es proteger a las personas del ciberacoso, del daño psicológico y de la suplantación de identidad.

Suena bien, si no fuera porque, al leer con cuidado la iniciativa, el supuesto “delito” se agrava cuando el afectado es un servidor público o político. Es decir: si haces un meme sobre un gobernador dormido, un diputado distraído o una funcionaria en plena campaña, podrías terminar en prisión.

Me parece surrealista. La sátira, la caricatura y el humor político han sido, desde hace siglos, una válvula de escape y una forma legítima de crítica social. Imagínese usted: ¿cuántos años de cárcel acumularíamos solo por tener stickers en la galería del WhatsApp? ¿Cuántos memes circularían en la clandestinidad, como si fueran panfletos prohibidos? Otro golpe a la libertad de expresión, en un país donde lo que debería preocuparnos no son los chistes, sino las realidades que los inspiran.

El senador Ricardo Monreal ya adelantó que no votará a favor de esta reforma, pero si Morena y sus aliados hacen uso de su mayoría legislativa, la ley podría entrar en vigor tan pronto sea publicada en el Diario Oficial de la Federación. Y, claro, en Veracruz no tardarían en “armonizarla” con el Código Penal del estado. Me pregunto entonces qué va a pasar con la maravillosa página LOSPOLITICOS del periodista Salvador Muñoz, que cada mañana nos arranca una sonrisa con los memes que salen precisamente del Congreso local. Memes que retratan, con ironía, esa vida parlamentaria que a veces parece más un escenario de comedia que una sesión legislativa: diputados que bostezan, que se peinan, que revisan el celular, que hacen acuerdos al oído o que se distraen mientras la mesa directiva intenta poner orden.

Y pienso también en los memes y cartones que durante años publicaron medios como Notiver, Veranews y Newsver, de Cecilio García Cruz y Orlando García, quienes hicieron del humor político una trinchera periodística. O en los caricaturistas que marcaron una época: Fernando Morales y Adrián García, del diario Política que dirigía don Ángel Gutiérrez; Nicanor Juanz Hernández, “Nicanor” y Marcos Cruz Morales, “El Tlacuilo”, en el Diario de Xalapa y el Tlacuilo hizo su propia revista semanal.

Por supuesto, el recuerdo de mi amigo el gran Beto Gato —Alberto Morales, “El Cat” para los amigos—, quien no solo dibujaba, sino que narraba el pulso del poder a través del humor gráfico. Su “Resumidero” los lunes en Política, “La Tranca” los viernes en la Revista Línea, que dirigía Sergio González Levet, así como sus cartones en El Grillo Jarocho fueron escuela y estilo, hasta fundar hace algunos años “Multigráfica”. No concibo el periodismo, la libertad de expresión de esos años sin todos estos caricaturistas, dueños del humor más fino y crítico de Veracruz.

Hoy me frustra leer que un diputado de Morena, pretende “aplicar la mayoría en las cámaras” para borrar los memes que les incomodan, para prohibir la “sátira, el humor, la broma, la caricatura” con una ley absurda muy al estilo de “La generación de Cristal” y de “diputados Jorongos”. Es inadmisible cómo el periodismo irá perdiendo esos espacios que se ganaron a pulso, con creatividad y trabajo constante. La caricatura política y el cómic periodístico eran —y deberían seguir siendo— una forma de literatura visual, de pensamiento crítico. Pero parece que a muchos políticos les incomoda más una buena broma que una mala gestión.

Si la “ley antimeme” prospera, no solo se estaría criminalizando el humor, sino instaurando una forma de censura tan absurda como peligrosa: aquella que busca proteger el ego de los poderosos a costa del derecho ciudadano a reírse de ellos. Lo que no entienden es que un país que no se ríe de su política está condenado a tomársela demasiado en serio… y a callar por miedo.

 

 

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