Construir nuestro mundo

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Gino Raúl De Gasperín Gasperín

El escritor indio-británico Salma Rushdie, autor de aquellos Versos satánicos por los que fue sentenciado a muerte en 1989 por el dirigente supremo de Irán, fue herido este 12 de agosto en Nueva York.

Aunque seguía escribiendo y dando algunas conferencias, su vida ha estado signada durante 33 años por el temor de que se cumpliera aquella orden. Ese viernes fue herido cuando iba a dar una conferencia sobre la libertad de expresión. Paradojas de la vida que fabricamos nosotros mismos.

Aunque no es un escritor de mis preferidos, leí su Quijote con la esperanza de congraciarme con él. Después me aventuré con los Versos y me sucedió, por segunda vez en mi vida, que tuve que dejar el libro a la mitad.

La primera vez fue cuando, hace unos 45 años, traté de leer Ulises, de James Joyce. Lo dejé pendiente, para retomarlo unos 20 años después, y entonces llegué hasta su última página.

De los Versos, no creo volver a sacarlo del librero, y que me perdonen los sabios y expertos críticos que lo alaban tanto. Juro que le di vueltas, busqué contextos, leí resúmenes y recensiones. Ni así. Con esto confirmo que un libro debe ser leído justo en su momento y en sus circunstancias.

Dejando esto a un lado, me sorprende (ni tanto…) que en nuestro siglo sigan sucediendo estos atentados, digamos, a la libertad de expresión.

Cuando se presentó en el Hay Festival de Cartagena de Indias, Rushdie habló exactamente de esto. «Me refería -dijo- al autoritarismo que quiere controlar la narrativa. Hay diferentes clases de autoritarismo: religioso, político. Hay una lucha constante contra ella. Es muy importante que la defendamos».

Posteriormente, en la Feria del Libro de Guadalajara, hace dos años, se refirió más específicamente a la función de los libros, de la literatura. Dijo algo certero: «Nuestra visión del mundo está formada, en un mayor o menor grado, por los libros que amamos». Se trata de aquellos libros que nos ayudaron a conformar nuestra propia idea del mundo.

Leer literatura es vivir cientos de vidas que nosotros no podremos vivir jamás. Pero la que nos tocó en suerte se ha ido formando o forjando con la maravilla de los libros que hemos podido disfrutar.

La escritura, dice, es un acto de recuperación. Porque el autor recupera una a una las experiencias, propias o ajenas, que le ha tocado vivir, y nos las entrega adobadas perfectamente con la alquimia de las palabras, con la belleza de sus expresiones metafóricas, con la sutileza de su fina ironía y hasta con el dolor y la tristeza del desgarro de aquellas tragedias inevitables que pueblan este abatido mundo.

«Para mí -expresó en Guadalajara-, la belleza de la literatura es que llega a la verdad por muchas puertas distintas para tratar de alcanzar la verdad. Este es un trabajo difícil. No solo estamos actuando para el entretenimiento de las masas, sino que estamos tratando de luchar con nosotros mismos. De luchar contra nuestra propia comprensión, al final ese es el límite de nuestro talento».

En este trabajo, arduo pero feliz, la literatura se empata, se hermana con otras disciplinas. Especialmente -dice Rushdie- con la Historia.

«Creo también que las grandes preguntas que la historia se formula de muchas maneras son también los grandes interrogantes de la literatura”.

Y aclara: “Me refiero al método histórico que intenta mirar la enorme cantidad de eventos e información y trata de entender el significado del momento». No el manoseo de los sucesos del pasado para engrandecer a personas, a grupos, sino el afán de entender qué significa cada suceso e integrarlo a nuestra propia idea de la existencia. Y allí entronca también con la filosofía…

¿Por qué, entonces, el afán de mutilar en las escuelas la formación humanística?

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