POLÍTICA. TRAICIONES Y ALGO MÁS — Libertad de expresión o el derecho a la calumnia
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Marco González Kuri
La propuesta de reforma a la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión enviada por Presidencia ha desatado una ola de indignación en ciertos círculos mediáticos. Carmen Aristegui, por ejemplo, levantó la voz, alertando que se avecina una regresión autoritaria y que el periodismo independiente podría estar en peligro. ¿La razón? El gobierno, ese monstruo de mil cabezas, quiere regular la selva sin ley en la que se ha convertido el espectro mediático mexicano.
Pero vamos por partes. La intención inicial y fundamental es dotar de internet a bajo costo a todo México y dar acceso a más de 15 millones de personas que no tienen este beneficio. A su vez El Ejecutivo propone, entre otras cosas, sancionar la transmisión de propaganda extranjera —como la que se coló en Televisa hace poco— y devolverle a la Secretaría de Gobernación algunas facultades para supervisar contenidos. ¡Que, horror! El regreso de la censura, dicen algunos. Lo curioso es que muchos de esos defensores de la libertad de expresión guardaron un silencio monástico cuando medios y plataformas como Metrix, Televisa Leaks, TV Azteca, Latinus, boots y trolls pagados por las Televisoras, además únicas con capacidad económica para los fines, se dedicaron a fabricar calumnias en serie: editando audios, “filtrando” documentos sin fuente y linchando a quien no les beneficia. ¿Eso también es libertad, o sólo libertinaje para mentir?
En México, la historia de la libertad de expresión siempre ha tenido dueño… y pantalla. Por décadas, el país fue rehén del noticiero único Jacobo Zabludovsky por las noches y Memo Ochoa por las mañanas. El Estado tenía televisora: se llamaba Televisa y el presidente hablaba por voz de Emilio Azcárraga Milmo “El Tigre”, que se asumía orgullosamente como un “soldado del PRI” y de que “producía televisión para ignorantes y pobres”. Desde Los Pinos se dictaban los encabezados y se decidía qué gobernador merecía un programa especial y quién sólo aparecería en el resumen semanal.
Después llegó la modernización —versión Carlos Salinas de Gortari— y el milagro ocurrió: el monopolio se rompió… en un duopolio. ¡Aleluya! Bienvenido Ricardo Salinas Pliego con su TV Azteca, el canal del pueblo, pero no tanto. Desde entonces, México disfruta de una pluralidad ejemplar: puedes elegir entre que te manipulen desde el Canal 2 o desde el 13. Eso sí, ambos con libertad absoluta para ocultar masacres, armar linchamientos y vender spots disfrazados de noticias.
Y así llegamos a 2025, donde el dilema ya no es entre libertad o censura, sino entre libertad para informar y libertinaje para difamar. Porque mientras Carmen Aristegui y sus analistas lloran por ser afectados por empresas de Televisa, también se dicen víctimas de una censura gubernamental, la realidad es que muchos medios y plataformas digitales han vivido años de barra libre: calumnian sin pruebas, manipulan sin pudor y después invocan el sagrado derecho a la libre expresión como si fuera una bula papal. La propia Aristegui a través de su plataforma ha dado voz a Anabel Hernández, Marco Levario, Ricardo Alemán, etc. periodistas que sin sustento que se dedican a difamar a diferentes figuras públicas, diría el refrán “lo que no mancha, tizna”.
La reforma no es perfecta, tampoco es inocente. Pero tampoco lo son quienes hoy se rasgan las vestiduras. Porque si algo ha demostrado la historia mediática de este país, es que el verdadero peligro no está del todo en el gobierno, sino en los poderes fácticos que desinforman, manipulan… y además te cobran por el servicio.
