PROSA APRISA – La disputa por la gubernatura llega hasta el agua

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Por Arturo Reyes Isidoro

Hay un refrán que dice que: “La ocasión, la pintan calva”. El Centro Virtual Cervantes expone que su significado es que: “No hay que vacilar, sino tener decisión y diligencia para no perder las oportunidades que se presenten, pues no suelen aparecer dos veces”.

Al diputado federal Sergio Gutiérrez Luna se le presentó una el sábado pasado y no la dejó perder.

Ese día tenía programado por la tarde un festival con motivo del Día del Padre en el salón CATEM de la colonia Rafael Lucio de Xalapa. Habría rifa de regalos y baile.

Pero un aguacero que cayó sobre la capital del estado echó abajo todo ya que no solo inundó el salón sino buena parte de la colonia y otras colonias de la capital y el evento se tuvo que posponer.

El presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados había intentado llegar al salón, pero su equipo de avanzada le informó cómo estaba la situación. Aun así, persistió.

Decidió bajarse de su camioneta junto con su joven esposa Diana Karina Barreras Samaniego y su eterna acompañante la diputada local Jessica Ramírez Cisneros “para ver cómo está la situación”, y así avanzó.

Caminó con ellas entre el agua y llegó al salón, constató la humedad y el lodo que había, anunció vía Facebook que el festival se celebrará dentro de 15 días y retornó a su vehículo.

En su trayecto saludó a vecinos e incluso auxilió a algunos a salir de sus casas cargando niños. Cuando le solicitaron su apoyo, les ofreció su respaldo para darle seguimiento a sus peticiones.

Se supo de lo ocurrido porque él mismo subió un video a su cuenta de Facebook informando y explicando la situación y de inmediato empezaron las reacciones, porque fue imposible desligarlo de su aspiración a ser el candidato de Morena a la gubernatura en 2024.

Lo compararon con Fidel Herrera Beltrán. Sus malquerientes criticaron a Sergio, aunque fueron más las opiniones de reconocimiento. Pero al diputado federal se le presentó la ocasión, calva, y la tomó como le cayó, a botepronto. Y así como hay metidas de pata, también hay de metidas a metidas en el agua de las inundaciones.

Rescato ahora la columna que publiqué en la última semana de septiembre de 2018 (“Inundaciones, promoción de imagen política”), porque tiene que ver con el tema. Cito:

“En 2010 (agosto-septiembre) tuvo lugar la última gran inundación en Tlacotalpan… Entonces era gobernador saliente Fidel Herrera Beltrán y gobernador electo Javier Duarte de Ochoa.

Algunos columnistas criticábamos que si bien el Tío Fide andaba como desaforado en medio del agua sin zapatos, con los pantalones arremangados hasta las rodillas, con un sombrero de paja tipo jarochito, con una chamarra roja y mojado como un picho repartiendo despensas, Duarte no se apareciera por ningún lado (días después Fidel le habría de preguntar al periodista Fito Soler, al término de una entrevista radiofónica, si sabía qué era bueno para los sabañones).

Cuando la crítica empezaba a arreciar contra Duarte, para evitarla o calmarla, a principios de septiembre sus estrategas lo llevaron e hicieron aparecer entonces en un pueblo de la Cuenca del Papaloapan, a orillas de un charquito de agua.

Buscaron a una señora de la tercera edad del pueblo, humilde, y la llevaron para que Javier se tomara una foto con ella abrazándola, como si de veras viviera el drama con ellos. Y se distribuyó la foto.

En la gráfica se le veía radiante con sus zapatos Ferragamo (de diez mil pesos para arriba) impecablemente limpios, su pantalón reluciente sin ninguna arruga y una guayabera blanca que hasta reflejaba la luz de tan limpia que estaba. En realidad parecía un palomo. Para ese entonces Duarte ya era un gordo exquisito.

Cuando la observé no me pude contener y comenté en este espacio que ya ni la burla perdonaban, que al menos hubieran comprado unas barras de chocolate, las hubieran derretido en agua y lo hubieran manchado a propósito para que pareciera que andaba en chinga, lleno de lodo, atendiendo a los damnificados, prestando ayuda, pero que no podían presentarlo como un muñequito de sololoy.

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