RELATOS DOMINICALES — La niña de Metepec
3 min read
Miguel Valera
Llegamos al hotel del Centro Vacacional IMSS Atlixco Metepec, en este municipio de Puebla, cerca de las 10 de la noche. Estábamos cansados pero muy contentos. Yo llevaba en la mente la imagen materializada de la felicidad de Caro y Mateo, cuya boda se había celebrado en una ceremonia muy íntima. En sus rostros jóvenes la sonrisa, la alegría, el entusiasmo que sólo el amor puede dar. Pensé en el viejo Pablo Neruda y en una de sus frases poéticas: “El amor no se mira, se siente, y aún más cuando ella está junto a ti”.
Me sentí romántico, a pesar de que hoy por hoy creo, como el mismo Neruda escribió, que sólo me queda enamorarme de la vida, porque es la única que no me va a dejar sin antes hacerlo yo. Es la única, pensé, que nunca me decepcionará ni me dejará un hueco en el estómago ni pensamientos de nostalgia revoloteando, como mariposario, en la cabeza. De pronto, antes de entrar a la zona donde estaba mi habitación, vi a una niñita, vestida de blanco, correr en un pasillo.
Cansado como iba, no le di importancia, pero sí volteé ligeramente para preguntarme ¿y dónde estarán los padres de esta pequeña radiante en la oscuridad de la noche? Pensé que estarían a su lado y que rápido la tomarían de la mano. No le di importancia y crucé el umbral del pasillo que llevaba a la habitación, para dormir profundamente, soñando, quizá, en “Los amorosos”, de Jaime Sabines. “Los amorosos son locos, sólo locos… Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben… Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable”.
Al otro día, cuando fui a recepción a entregar la llave de la habitación les conté la anécdota de la “niñita” a las recepcionistas y sorprendidas, se miraron entre ellas, para decirme: “sí, no se preocupe, es uno de nuestros huéspedes, ella vive aquí”. Su mirada de complicidad y su sonrisa misteriosa me hizo insistir: “¿Cómo? ¿Ella vive aquí permanentemente?”. “Sí”, contestaron al unísono. “Aquí vive, aquí se aparece, muchos la ven de vez en cuando”. Su foto, añadió, está en el Hotel Cholula.
Fue entonces cuando se me erizó la piel. Cuando busqué la foto en la zona del “Hotel Cholula”, otro escalofrío recorrió mi cuerpo. Era la misma. Aunque la vi de lejos, muy rápido, antes de entrar a la zona de habitaciones donde nos hospedamos, estaba seguro que era la misma que yo había visto la noche anterior. Su ropa blanca, su rostro brillante, su cabello dorado, sin el sombrero con el que se apreciaba en la foto.
“Aquí vivió y aquí se quedó a vivir”, insistió una recepcionista. Este centro vacacional fue una fábrica textil fundada en el año de 1901. Era de la Compañía Industrial de Atlixco. “La niña de blusón blanco es uno de nuestros huéspedes permanentes y no hace nada, no se preocupe”, me insistió la recepcionista, mientras lanzaba miradas de complicidad con sus compañeras.
Ya no quise preguntar más. Entregué la llave y nos fuimos a desayunar al mercado de Atlixco, un espacio gastronómico único con mole poblano, chalupas, tlacoyos y cecinas para chuparse los dedos. Yo no dije más, pero hoy que cuento esto, al recordar la imagen de la niña de Metepec, un ligero escalofrío recorre mi cuerpo.