Roberto Garza – La desilución colectiva

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Roberto Garza

Decepcionado. Así me siento. La llegada de la “izquierda” al poder en 2018, abrió la posibilidad de –por primera vez en la historia moderna de México– tener un gobierno honesto y con una agenda progresista.

Como millones, hace dos años imaginé un México mejor. Un país donde se respetan los derechos humanos, donde las mujeres viven sin violencia, donde se incluye –con plenos derechos– a la comunidad LGBTTTI y donde la cultura se convierte en un pilar más de la sostenibilidad. Pensé en un país donde se toma en serio el cambio climático y sus consecuencias, donde se tiene un compromiso real con el cuidado del medio ambiente y donde el desarrollo sostenible es una prioridad. Imaginé un gobierno moderno, formado por gente capacitada y no por cortesanos del presidente en turno; un gobierno que rompe con la vieja tradición de la concentración absoluta del poder en un individuo.

Sin embargo, con el paso de los meses la esperanza se fue desvaneciendo. Ni los derechos humanos, ni la violencia en contra de las mujeres, ni la inclusión de la comunidad LGBTTTI, ni la revaloración de la cultura han sido temas de la agenda gubernamental. Lo mismo sucedió con el cambio climático, el cuidado del medio ambiente y el desarrollo sostenible, cuestiones que ocupan un lugar preponderante en la agenda internacional. Y en cuanto a la verticalidad del presidencialismo, pasamos del cortesanismo institucional al autoritarismo palaciego más descarado.

Es frustrante saber que en estas importantes materias, que deberían ser parte toral de la agenda de una izquierda progresista, estamos peor que antes. Es más, tenemos un presidente que minimiza el problema de los feminicidios y que abiertamente apoya a un impresentable como Félix Salgado Macedionio, acusado por varias mujeres de violación. Tenemos un presidente que defiende al indefendible Manuel Bartlett y que permite la continuidad de viejos funcionarios priistas como Alejandro Pelayo, insólito actual director de la Cineteca Nacional.

No niego que, por primera vez, tenemos un presidente honesto e incorruptible. Sobre eso no tengo la menor duda. Pero también es innegable que nos gobierna un viejo conservador y anacrónico, que se asemeja más a un líder religioso que a un estadista. AMLO es todo menos moderno y progresista. Piensa, actúa y gobierna como si estuviera en los años 70 del siglo pasado. No entiende, por ejemplo, que las mujeres se han empoderado y que las reglas del juego han cambiado. No puedes decirte liberal si ejerces y promueves el sistema patriarcal y machista. Y tampoco se vale presumir de ser un ejemplo de moralidad cuando abrazas y defiendes públicamente a un agresor sexual y, para acabarla de amolar, ofendes a sus denunciantes con un “ya chole.” ¿Qué opina AMLO del feminismo, del derecho al aborto, de las libertades sexuales, de la eutanasia, de la legalización de las drogas, del matrimonio igualitario y del cambio climático? Nada de eso le interesa (incluso le resultan incómodos), aunque sean temas obligados de una izquierda moderna.

Millones de mexicanos votamos por AMLO en el 2018 porque representaba la esperanza de un cambio profundo. Lo llevamos al poder porque creímos que, después de tantos años de lucha, finalmente tendríamos un gobierno de izquierda, moderno y progresista. Millones nos ilusionamos y hasta le dimos el beneficio de la duda en más de una ocasión. Pero ahí están los dichos y los hechos y, a estas alturas del partido, el apoyo a la 4T es insostenible. Tenemos un presidente honesto que encabeza un gobierno conservador y retrógrado. No es sorpresa, por ello, que en el ambiente se perciba la desilusión colectiva.

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