UNA BELLÍSIMA NOVELA — La nieta del señor Linh

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Gino Raúl De Gasperín Gasperín

—«Por fin, un día de noviembre, el barco llega a su destino. Pero el anciano no quiere bajar. Abandonar el barco es como abandonar definitivamente lo que todavía lo une a su tierra… El señor Linh aspira el olor del nuevo país. No huele nada. No hay ningún olor. Es un país sin olor. Aprieta a la niña contra su pecho y le canta al oído la canción. En realidad, también la canta para él, para oír su propia voz y la cadencia de su lengua. El señor Linh y la niña no están solos. En el muelle hay centenares de personas como ellos…Nadie habla. Son frágiles estatuas de rostro triste que tiritan en absoluto silencio».

El señor Linh es un hombre viejo y solo. Ha sido expulsado de su país, de su pueblecito, de su hogar por la infame crudeza de la guerra, una guerra que le es ajena, que lo ha sorprendido a él, a su hijo y a su nuera cuando estos fueron a trabajar en los arrozales, llevando con ellos a su tierna hija de apenas diez días de nacida. Pero ellos no volverán porque la muerte los ha arrebatado. Una muerte ajena, una muerte planeada desde lejos, desde atrás de una oficina por importantes señores de saco y corbata que ansían dominar el mundo entero. Y ahora ha llegado a un mundo que le es ajeno, a un país y una ciudad que le son extraños.

Está viejo, triste y solo. Recuerda aquel día, cuando no regresaron a su hogar: «El anciano corrió a buscarlos. Llegó jadeando al arrozal. Ya no era más que un enorme agujero lleno de lodo, y al lado vio un búfalo despanzurrado, con el yugo partido en dos como una brizna de paja. También vio el cuerpo de su hijo y el de su nuera, y un poco más lejos a la niña, envuelta en sus pañales, con los ojos muy abiertos e ilesa, y a su lado una muñeca, su muñeca, tan grande como ella, pero decapitada por un trozo de metralla. La niña tenía diez días. Sus padres le habían puesto Sang Diu, que en el idioma del país quiere decir ‘Mañana dulce’. Le habían puesto ese nombre y luego habían muerto. El señor Linh recogió a la niña. Y se fue. Decidió irse para siempre. Por la niña».

«La muerte se lo ha quitado todo. No le queda nada. Está a miles de kilómetros de una aldea que ya no existe, a miles de kilómetros de unas tumbas huérfanas de sus cuerpos, muertos a unos pasos de ellas. Está a miles de días de una vida que antaño fue hermosa y feliz». Pero ahí, entre sus brazos, lleva a su nieta y por ella luchará, soportará sus penas y sus tristezas y su soledad y su desamparo. La alimentará con leche tibia y con papilla que él mismo le prepara. La arropará con retazos de tela y, cuando por casualidad se encuentra con Bark, otro hombre solo que conoce el país de donde viene el señor Linh porque allá cumplió órdenes que sus jefes le obligaron a ejecutar, aquel le regalará un hermoso vestidito que la nieta lucirá para orgullo de su abuelo.

«La pequeña ha abierto los ojos. Su abuelo le sonríe. –Soy tu abuelo –le dice–, y tú y yo estamos solos, somos los dos únicos, los dos últimos. Pero estoy aquí, no tengas miedo, no va a pasarte nada… Soy viejo, pero tendré fuerzas mientras haga falta, mientras seas un pequeño mango verde que necesita al viejo árbol. –El anciano mira a los ojos de Sang Diu. Son los ojos de su hijo, los ojos de la mujer de su hijo, y los ojos de la madre de su hijo, su adorada esposa, cuyo rostro está siempre presente en él, como un retrato primorosamente trazado y pintado con colores maravillosos».

Y, hablándole al oído, canturreándole una vieja nana que era el arrullo de todas las madres amorosas para adormilar a sus retoños, el señor Linh dirá a su «nieta» y a todo el mundo que la vida de un emigrante, de un desplazado, es dura, triste, sombría, porque está lejos, muy lejos de su pueblecito querido, donde el amor adorna el hogar, donde se trabaja duro y se quiere en silencio, donde las tardes de los días de frío y fatiga se suavizan con el calorcito de los leños que arden en el fogón, calientan los ateridos cuerpos y acompañan a la madre que hace la sopa, a la abuela que hila la seda, a los niños que, en silencio, esperan algo más de la vida.

Esta es una historia de emigrantes, es la historia de La nieta del señor Linh, contada por un hombre sensible y brillante narrador: Philippe Claudel.

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