A 4 TIEMPOS — La opinión, contraria a la razón. El caso Ferrosur

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Por Arturo Olmedo

Con esta primera columna “A 4 Tiempos” inicio mi colaboración con NV Periodismo de Investigación, por lo que antes que todo quiero agradecerle a Mauricio Cuevas y a Luis Emanuel Domínguez por haberme invitado a participar en este medio y en este importante proyecto de comunicación.

Primer tiempo: Muchos la llaman polarización, pero otros preferimos entenderla como politización. Lo cierto es que, desde la campaña electoral de 2018, que llevó a Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República, las comidas familiares, las convivencias entre amigos, las reuniones de trabajo y toda clase de reuniones sociales, no pueden eludir las discusiones acaloradas sobre temas políticos. Claro está que este fenómeno no se dio por generación espontánea, sino que vino creciendo con el paso del tiempo, pero es innegable que, en los últimos años, estamos y vivimos en una constante efervescencia política. 

Hay quienes consideran que esto es negativo, porque, aducen, nos está dividiendo como sociedad; hay quienes lo vemos de otro modo y creemos que, entre más claras sean las posiciones de las personas, mejor será el diagnóstico de los problemas que nos aquejan en lo social y más elementos tendremos para resolverlos. Por ejemplo, antes creíamos que no vivíamos en un país racista y clasista, pero hoy sabemos que el problema está ahí. Antes la mayoría se mostraba apática hacia la política y, quienes la ejercían, podían hacer sus triquiñuelas a la sombra del desinterés y la apatía; en cambio, hoy marchan quienes criticaban las marchas, se quejan quienes nunca se quejaron, critican quienes nunca criticaron. ¿Es esto negativo? No, no lo es, porque representa la apropiación de la Res Pública que definieran los romanos; es decir, de la cosa pública; el ojo ciudadano sobre las decisiones y las omisiones del poder público, como nunca lo estuvo.

Segundo tiempo: El nivel del debate es lo preocupante, porque está muy bien que todo mundo hable y que todo mundo opine, pero debe entenderse que la opinión se ubica en el peldaño más bajo del análisis o, en realidad, ni siquiera llega a serlo. El filósofo griego, Parménides, al referirse a la opinión, a la que denominaba doxa, dejaba en claro que, al p r o v e n i r del mundo de lo sensorial y desde allí sacar conjeturas, la opinión se ubica en el punto contrario al conocimiento, a lo racional y a lo reflexivo. Y si encima de que se viertan opiniones al por mayor, a éstas se les adereza de epítetos e insultos hacia todo aquello que no concuerde con nuestra idea y sensación acerca de las cosas, pues entonces en lo que se cae es en la irracionalidad que, por supuesto, nunca es buena consejera y, por lo mismo, no puede tomarse como base para tomar decisiones. 

Tercer tiempo: ¿Qué hacer entonces en un entorno plagado de opiniones? Primero que todo, entenderlas y respetarlas así, como opiniones, pero no como portadoras de la verdad ni como revelaciones. También es claro que el ciudadano promedio no puede dedicarse de tiempo completo a esclarecer el entramado de cada suceso, pero al menos puede estar atento a si lo que está leyendo, escuchando o viendo tiene un mínimo soporte en datos corroborables; si detrás de lo que alguien expresa como verdad puede haber un interés; tratar de percibir si lo que está intentando el comunicador, el analista o el presunto experto en un tema es persuadirnos de sus propias creencias, filias y fobias, y llevarnos hacia una conclusión interesada y, si en verdad algo nos interesa, primero indaguemos, luego indaguemos y, finalmente, volvamos a indagar para tener, al menos, una opinión fundada.

Cuarto tiempo: Un ejemplo. Los años y años de bombardeo mediático, que por conveniencia y adoctrinamiento colocan el interés privado sobre el interés público, aunque ello sea un contrasentido respecto del propósito que tiene el constituir al Estado como garante del interés común, han logrado que la gente se escandalice más por una expropiación o retiro de concesión o rescate administrativo (no es tan relevante cómo se le defina, en virtud de que está dentro del estado de derecho), que por las decenas y centenas de privatizaciones que tuvieron lugar en el país durante las últimas décadas. Me refiero, claro, a los 120 kilómetros que, mediante decreto presidencial, recuperó la Marina y que corresponden a tres tramos ferroviarios de Ferrosur, empresa que forma parte del conglomerado de Grupo México que, entre todas sus subsidiarias, posee 10,570 km de vías en 24 estados de la República; es decir, las vías recuperadas por el gobierno representan únicamente el 1.13% del total de vías que Grupo México tiene en concesión en el país.

Pero antes de seguir avanzando, regresemos un poco, porque hay algo que es importante destacar: Aunque el grueso de la población sea dueña de nada o de muy poco, ya tiene instalada la creencia de que es más importante el interés privado que el interés público. Y consterna que esa defensa se haga a ultranza, incluso cuando el bien en cuestión está concesionado, porque así lo marca el artículo 27 de la Constitución cuando señala: “LA NACIÓN TENDRÁ EN TODO TIEMPO EL DERECHO DE IMPONER A LA PROPIEDAD PRIVADA LAS MODALIDADES QUE DICTE EL INTERÉS PÚBLICO”. Asimismo, en el párrafo cuarto del artículo 28 constitucional se establece que: “[…] La comunicación vía satélite y los ferrocarriles son áreas prioritarias para el desarrollo nacional en los términos del artículo 25 de esta Constitución; el Estado al ejercer en ellas su rectoría, protegerá la seguridad y la soberanía de la Nación, y al otorgar concesiones o permisos mantendrá o establecerá el dominio de las respectivas vías de comunicación de acuerdo con las leyes de la materia”.  

De esta manera, es inquietante que se defienda el interés de un empresario como Germán Larrea, el segundo hombre más rico de México, con participaciones en diversos ramos, pero preponderantemente en el sector minero, y quien se ha ganado a pulso su mala fama pública, por las tragedias humanas, abusos laborales y desastres ecológicos que han provocado sus empresas. 

Los críticos del gobierno hablan de que con la medida decretada por el presidente López Obrador nos acercamos a ser la Venezuela del norte. Y se dice así, sin pudor, sin reparar en la ofensa que representa para el pueblo venezolano el darle un significado peyorativo a todo aquello que se pueda identificar con la nación sudamericana. Y sí, eso es lo que hace el odio, que proviene de la falta de reflexión, que deriva de las opiniones ajenas a la razón. Así que les invito a que sigan opinando, está bien, es útil; pero, sobre todo, acerquémonos, todos, lo más posible a la reflexión, al sustento y al fondo de las cosas. Eso nunca hace daño.

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