A 4 TIEMPOS — Los pequeños y los grandes problemas

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Por Arturo Olmedo 

Primer tiempo. La complejidad. Para gobernar un país “democrático”, muchos piensan que basta con que el gobernante esté muy preparado académicamente y que cumpla con lo que prometió en campaña; sin embargo, pocos consideran, primero, la viabilidad y conveniencia de tales promesas, pero asumiendo que sean viables y convenientes, son menos quienes reflexionan respecto de los factores y problemas que prevalecen al momento de que un presidente asume su mandato y, en el caso de los factores negativos, cuánto tiempo y cuántas medidas deben de tomarse para revertirlos. Asimismo, es muy difícil encontrar medidas y soluciones que puedan beneficiar a todos; en realidad, lo común es que algunas acciones que benefician a unos perjudiquen a otros. También es cierto que hay multiplicidad de intereses (algunos legítimos y otros que no los son), así como factores de poder que obstaculizan o bien que posibilitan la consecución de diversas metas. También hay numerosos factores externos que interfieren en las posibilidades de desarrollo de un país, tales como acuerdos comerciales, sanciones económicas, presiones políticas y demás. 

Para comprender algo tan complejo como llevar adelante un buen gobierno, vale la pena hacer una analogía con lo que sucede en una familia, pues es un ejemplo que está al alcance de todos y que permite dimensionar y entender que no basta con tener buenas intenciones o, simplemente, con hacer lo correcto para solventar los problemas, pues los resultados no dependen únicamente de estos factores.

Segundo tiempo. La familia. ¿Qué tan fácil o qué tan difícil es ser jefe o jefa de familia? No hay duda de que mucho de la facilidad o de la dificultad dependerá del nivel de ingresos con los que se cuente y, aunque es claro que a mayores ingresos es más fácil enfrentar cierto tipo de problemas, como cubrir las necesidades básicas de alimentación, vivienda, salud, educación y contar con servicios de energía eléctrica y agua potable, también es verdad que no todas las soluciones a los problemas dependen de contar o no con recursos económicos en suficiencia, pues los hay de muy variada índole.

Salvo por las cifras existentes acerca de cómo se conforma una familia mexicana promedio, que es por cuatro personas en números redondos –de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2020 del INEGI– existen una multiplicidad de factores que las diferencian, como la ubicación geográfica, el nivel socioeconómico, la cultura y los valores familiares. Asimismo, ese número promedio de integrantes posee características muy variadas, pues, así como una familia puede estar integrada por el padre, la madre y dos hijos, también puede conformarse por la madre soltera que vive con sus padres, o quizás, por una pareja, con un hijo y que, adicionalmente se lleva a vivir consigo a uno de los abuelos, entre muchos otros ejemplos. Tales diferencias representan, a su vez, distintas necesidades que, tradicionalmente, deberán cubrirse por el jefe de familia.

Tercer tiempo. El trabajo y el dinero. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares realizada por el INEGI en 2020, en México, el ingreso corriente trimestral por hogar fue de 53 798 pesos; es decir, un ingreso mensual promedio, por familia, de 17 392 pesos. Con esos recursos es con los que deben cubrirse las necesidades básicas de una familia promedio, de la que ya hablé previamente. Sin embargo, ni para las familias de más bajos recursos ni para las que se ubican en los estratos más elevados del poder adquisitivo, los problemas a los que deben enfrentarse se limitan a cubrir las necesidades primarias ya descritas. En primera, porque los requerimientos de los adultos difieren de los que tienen los menores de edad y, entre éstos, no necesitará lo mismo un adolescente de 14 que un niño de 5 años; enseguida, porque cada necesidad no satisfecha acarreará consecuencias, como pueden ser desde la falta de atención y contención emocional, pasando por la deficiencia en la alimentación o la falta de educación formal, hasta la desatención de algún problema de salud. Como puede comprenderse, no todos los requerimientos se subsanan solamente con dinero, sino que requerirán de tiempo y esfuerzo para brindar, por ejemplo, cuidados especiales a un enfermo, quien seguramente requerirá de una alimentación especial (regularmente más cara), así como del tiempo de algún integrante de la familia, mismo que, en muchas ocasiones, se verá obligado a ausentarse de su trabajo o de su escuela, haciendo de un problema una cadena de problemas.

Una vez planteados estos escenarios, que distan mucho de ser los más complejos, ya que pueden referirse, asimismo, desde problemas legales por deudas, por conductas antisociales, por violencia intra o extrafamiliar, etcétera, y para darle una dimensión a lo que representa el volumen nacional de problemas y necesidades, y sólo hablando de los relacionados con el hogar, multiplíquense éstos por los más de 35 millones de hogares que hay en la República Mexicana.

Cuarto tiempo. Decisiones difíciles. Cuando una familia enfrenta un problema, lo lógico y lo natural es que tome medidas para resolverlos. Más allá de la pertinencia o no de éstas, considérese que, en promedio, siempre se buscará el bien común, pero ¿hacer esto evitará que haya quienes resulten afectados? Antes de responder, imaginemos una familia tradicional, con el padre, la madre, una hija de 17 años próxima a ingresar a la universidad y un hijo de 12 años, próximo a concluir la primaria. Imaginemos también que esa familia tiene deudas acumuladas por razones de diversa índole, pero la situación es insostenible, pues ya se ha racionalizado la comida, ya se han dejado de pagar algunas rentas y ya se ha renunciado a cualquier tipo de esparcimiento, así que debe tomarse una decisión. De esta manera, en la familia se barajan diversas posibilidades: como que el padre y la madre busquen empleos adicionales, aunque ya sus jornadas son extenuantes y, además, dejarán a sus hijos a la deriva, viéndolos sólo cuando duermen. Otra posibilidad es que alguno de los hijos se ponga a trabajar para que contribuya con el gasto familiar, pero ¿cuál de ellos? ¿La hija que tiene más preparación y que podrá conseguir un mejor salario? ¿El hijo que no tiene la edad para que lo contraten, pero que podría salir a la calle a vender dulces o a limpiar parabrisas? ¿Será pertinente coartar y quizás desperdiciar el potencial de la hija, que pudiera convertirse en una profesionista? ¿Será justo que el hijo no tenga las mismas posibilidades que tuvo su hermana de estudiar, al menos, hasta el bachillerato? ¿Será lo correcto que el padre doble turnos y acabe con su salud, de por sí ya deteriorada por los problemas acumulados? ¿Será conveniente que la madre le añada horas de trabajo a su jornada en el hogar y a su empleo de medio tiempo? ¿Solucionarán sus problemas si optan por irse a vivir a la casa de algún familiar que tenga la buena disposición de recibirlos? ¿Qué otras soluciones pudieran encontrarse? Como se verá, no hay respuestas fáciles y siempre que se opte por alguna, incluso por la más acertada, habrá alguien que resulte perjudicado. 

Pues bien, esta analogía quizás sirva para que, cada vez que usted critique o aplauda una decisión del gobierno, tome conciencia de que casi nunca es posible que todos queden satisfechos, pero quizás sí lo es que la afectación sea la menor posible y que los beneficios abonen a favor de la mayoría.

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