ACERTIJOS — En Villa Azueta (Los recuerdos)

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*Los recuerdos permanecen aun cuando queramos ignorarlos por completo. Camelot.

Gilberto Haaz Diez

Una prima, Marisa Fernández, me hizo llegar una foto bella del puente de ferrocarril del rio Tesechoacán, donde ese rio, a veces, cuando los aguaceros llegan durísimos, suele desbordarse y su agua brava llega al pueblo, que no es otro más que Villa Azueta, la única ciudad que dio nombre al cadete José Azueta, que luchó contra la invasión americana en aquel año de 1914, cuando los gringos nos invadían por cualquier resfriado. Hoy lo siguen haciendo, pero ahora con las grandes empresas, y son nuestros cuates, como Biden, Trump no. El Wikipedia me informa que es un pueblo con 22 mil 900 personas, deben vivir de la ganadería, la agricultura y el comercio, en la Cuenca del Papaloapan, rodeado de pueblos como Tlacotalpan, Playa Vicente, Isla, Chacaltianguis y Cosamaloapan. Por ahí cerca queda la tierra del único cuenqueño que ha sido gobernador, Fidel Herrera Beltrán, nopaltepecano, creo que hubo otro cuenqueño gobernador, pero solo me acuerdo de mi amigo, a quien deseo siga luchando por su salud. El otro fue Juan de la Luz Enríquez, en la época de don Porfirio Díaz, al que los orizabeños en maldad y venganza, cuando un día se llevó los poderes estatales a Xalapa, los orizabeños le pusieron su nombre al panteón, para que allí lloraran. La foto me llevó a los recuerdos de mi niñez, como la canción de Serrat, y antes de petatearme debo ir de vuelta a mi último viaje, allí entre los tíos y primos, cuando mi padre nos llevaba de vacaciones con mi madre a ver a su madre, la abuela Genoveva, en esta tierra amarillenta tito tepetate donde había que cruzar una panga (los jóvenes de ahora jamás sabrán que fue una panga), allí me trepé por primera vez a un caballo y me sentí entre Hopalong Cassidy y John Wayne, teníamos una tía, la tía Nena, que vendía pieles y curtía y hacia su buen negocio con los cordobeses, mujer muy trabajadora, siempre con el cigarro en la mano. De mi madre fueron 12 hermanos, algunos murieron de bebés, pero todos allí chambeando en el campo. Hubo un notario muy afamado, el tío Ginés Diez, ese se fue a Xalapa y en la escuela fue alumno de puros 10. Un talento, exitoso como notario, siempre vivió en el pueblo y añoraba ir a conocer la tierra de sus padres, en Ara de Radas, España, pero nunca fue. Se quedó con las ganas, por más que yo mero le animaba.       

LAS RAICES NUESTRAS

Nuestras raíces allí llegaron de España. Mi abuelo Jesús se vino huyendo de la milicia, aquí conoció a la abuela y nació mi madre y un día llegó mi padre y por ahí venimos de ese camino, donde los ferrocarriles eran un todo, porque en aquel tiempo la fruta como el plátano y el mango o lo que ahí se diera, me imagino que la piña, también, la United Fruit Company fletaba todos los vagones de ferrocarril y aquello era un emporio de trabajo, el ferrocarril era la pujanza del país, y la United un monopolio acaparador, operó de 1899 a 1970,  porque en esos años de aquella España dividida, o le entrabas a la milicia o te convertías en Cura, como lo fue el otro tío Darío, a quien visité en su tumba un día que anduve en el norte de España, en la zona de Ara de Radas, San Pantaleón, donde nacieron y él fue cura, como Marcelino, pan y vino, que andaba a caballo por los pueblos llevando la palabra de Dios, como el padre Helkyn y Alejandro Melchor, aunque estos de aquí, orizabeños, no lo hacen en cuaco. Mi tío el cura español fue cura por 40 años y visité su tumba que estaba dentro en un patio aledaño a la iglesia, junto con sus hermanas, que fueron solteras. Allí le eché una rezada mexicana, un Ruega por nosotros. Platiqué en aquel tiempo, cuando mi esposa me llevó de traductora, y una gente que lo conoció dijo que era buen cura, muy querido, se le recordaba arriba de su mula y con una sombrilla y vestido de cura visitando pueblos aledaños. Ahorró sus centavitos, y cuando no quedó nadie y murió envió sus pesetas a sus sobrinas en Villa Azueta, en México.

La casa de la abuela, de chiquillos, la veíamos gigantesca, tendría unos 20 cuartos y ahí cabíamos todos en vacaciones, pero esa es otra historia para otro día. Y la sopa de fideos de la abuela, no la he comido nunca más en ningún lado, y miren que como en restaurantes.  Lo que sí recuerdo es que había un cuarto al que no le entrabamos, nos habían dicho que ahí había muerto una sirvienta y que de repente se aparecía de vez en cuando, entonces el mello no andaba en burro y era cuarto vetado para nosotros. Sé que no lo soñé. Así lo recuerdo, a esa Villa Azueta de la niñez.

www.gilbertohaaazdiez.com

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