ACERTIJOS — LOS panteones

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*De Federico García Lorca. “¡Es tan triste la vida en el cementerio! ¡Rana, empieza tu cantar!”. Camelot.

Gilberto Haaz Diez

Hace no mucho escribía de los panteones, un lector me comentó que me gustaba visitar tumbas ilustres y era un poco de cierto. He visto algunas, cuando he andado por los lugares donde han sido sepultados. Recuerdo que, cada que voy Washington, voy al Cementerio de Arlington para admirar ese bello panteón, donde los hijos de la patria descansan. A ver la tumba más famosa, la del presidente John F. Kennedy y la de Bobby, su hermano, y la de la viuda Jaqueline, el hijo, John John allí no está porque su cuerpo fue cremado y sus cenizas esparcidas en el Atlántico, pues era un hombre de mar, como su padre, a quien le gustaba volar y así murió, en un accidente pilotando su avioneta. A un lado, abajo de ese camino están los astronautas que murieron en el transbordador, los 7 incluida la maestra a quien una nación le lloró. Allí solo hay un monumento, porque los cuerpos se deshicieron y jamás encontraron nada. La explosión fue brutal. Las tumbas famosas hacen perdurar a sus personajes. Shakespeare escribió: “Perduraré donde más alienta el aliento, es decir, en los labios de los hombres”. Y Juan Rulfo solía visitar los panteones y en las tumbas encontrar nombres para sus personajes. De las visitas que recuerdo, en el panteón de Buenos Aires, a la tumba de Eva Perón y allí cerca la del cantante de tangos, Carlos Gardel, en el cementerio de La Recoleta. La del cantante es grande y tiene una estatua donde la gente se trepa y le pone un cigarro en las manos. La de Eva es política, chica y sencilla, pero rodeada de placas de los sindicalistas y del pueblo, aquellos que ella amaba y les cantaba: ‘No lloren por mí, Argentina’, según la obra musical de Andrew Lloyd Webber. En Santiago de Chile, a las afueras del Palacio de la Moneda, luce una estatua de Salvador Allende, el presidente que un golpe de Estado derrocó y mató. En Paris es visita obligada a Los Inválidos, a ver la tumba del gran Napoleón, puesta en una posición que todos los visitantes tienen que inclinarse un poco para verla, así rinden homenaje al gran general, con una reverencia. Al Vaticano por igual, desde la de San Pedro hasta las de Juan Pablo Segundo, y enfrente su antecesor, el papa Juan Pablo Primero, al que solo le dejaron reinar esa iglesia 33 días y le dieron un té canijo y muy cargado y lo mandaron directo a platicar con San Pedro, esos del Banco Ambrosiano eran malos. En España también es visita obligada a la tumba de los reyes en el Monasterio de El Escorial, allí andan todos los que reinaron y hasta los que no reinaron, como el abuelo del Rey actual, a quien Franco no dejó que se asomara al reinado, esperando en el pudridero, donde meten los restos unos años, para bajarlos a la galería de reyes y princesas. Allí cerca, las tumbas de Franco y Primo de Rivera, en lo que era el Valle de los Caídos, este gobierno ya mudó los cadáveres y allí no hay tumbas que ver. Por igual si uno va a Londres a la Abadía de Westminster, por allí te topas con el sepulcro del calenturiento rey de Inglaterra, Enrique VIII, el decapitador de esposas, que las degollaba por tener un nuevo amor, olvidando que un viejo amor ni se olvida ni se deja. Por allí cerca está el sitio donde degollaron a Ana Bolena.

MAS TUMBAS

Mas tumbas visité. Me ha faltado la de Machado en Colliure, Francia (“Nunca perseguí la gloria / ni dejar en la memoria / de los hombres mi canción”). Y la de Federico García Lorca, el Homero español, cuyo cuerpo no ha sido encontrado en años, desde que fue fusilado en Viznar, en su Granada, en plena Guerra Civil española, el gran Lorca, al que España le debe una tumba. En Veracruz, visito la de mis padres. He estado en Sevilla, donde están los restos de Cristóbal Colón, pero esa ocasión no iba de gira panteonera, me lo encontré cuando visité la Catedral de Sevilla, una bella tumba. Cuatro reyes gigantes cargan el féretro del gran Cristóbal. Y el escudo de España a la vista.

Cito a Loala Ballestyeros: Otros eligieron esparcir sus cenizas en lugares imaginarios. Es el caso de Juan Rulfo, que optó por la cremación y pidió que sus restos se aventaran en Comala, la ciudad en la que vivió un cacique llamado Pedro Páramo y al que su hijo va a buscar por recomendación de su madre y donde los muertos conversan.

De Colosio, lo he platicado, no visité su tumba en Magdalena de Kino, solo me alcanzó el tiempo de la vida para ir Lomas Taurinas, en Tijuana, donde le pegaron dos balazos.

Debo traer más visitas a panteones, pero por lo pronto esas son las que me acuerdo, de los camposantos (un lugar para dormir), de los sepultureros que por allí habitan en la chamba de enterrar a los muertos, aunque el poeta León Felipe escribió: “Para enterrar a los muertos, como debemos, cualquiera sirve, cualquiera… menos un sepulturero”.

www.gilbertohaazdiez.

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