CAMALEÓN — ¿Rumbo al maximato?

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Alfredo Bielma Villanueva


Nuestra historia patria está curtida de espléndidos ejemplos de quienes, dueños del poder, han pretendido trascender en el ejercicio de la función. Nuestro arquetipo por excelencia ha sido Plutarco Elías Calles, presidente de México entre 1924 y 1928. Dejamos para la incógnita si don Plutarco realmente tenía vocación para convertirse en el “Jefe Máximo”, pero la muerte de Obregón lo colocó en ese camino pues le correspondió maniobrar para dejar como presidente interino a Portes Gil, y éste convocara a nuevas elecciones. Fue Calles quien aglutinó a las fuerzas políticas regionales dispersas por todo el país y las reunió para dar forma al Partido Nacional Revolucionario en 1929 con el propósito, dijo, de iniciar en México la era de las Instituciones, desplazando así el aciago periodo de los cacicazgos políticos. Por inercia política y alimentadas por la ausencia de madurez institucional, las circunstancias convirtieron a don Plutarco en el denominador común de las decisiones políticas, esa condición de factor de poder germinó el Maximato en 1929; no fue muy longevo, por cierto, porque mostró signos de decadencia cuando Cárdenas arribó a la presidencia en 1934 y concluyó cuando en 1936 don Lázaro lo mandó al exilio en compañía de varios de sus cercanos. Es decir, al presidente a quien Calles hizo candidato del PNR en 1934 le tomó poco menos de dos años para cortar su cordón umbilical. Acaso no buscó convertirse en factor de poder, pero está comprobada la influencia que el ejercicio del poder opera sobre quien lo detenta. Elías Calles transitó por ese sentimiento respecto a Cárdenas, Echeverría quizás lo imaginó con López Portillo, acaso Salinas lo esperaba con Colosio, pero en ningún caso la divisa de “el poder no se delega, simplemente se ejerce” sufrió sustantivas variantes. Por ese gran bagaje de acontecimientos históricos se antoja ocioso un debate sobre si en México pudiera instalarse un Maximato ahora que el presidente López Obrador está a solo dos años de dejar la presidencia y mantiene como objetivo fundamental consolidar su Movimiento de Renovación en el país, meta aún no alcanzada y muy susceptible de ceder ante una posible restauración si los resultados electorales en 2024 no se dan favorables. Porque, además, en el hipotético supuesto de alcanzar el triunfo con Claudia Sheinbaum o Adán López como sucesores, si bien pudiera perdurar un vínculo de gratitud, por el poder que confiere la presidencia de la república a quien la ejerce, ningún pensamiento de sumisión es imaginable. Por supuesto, un presidente en funciones con pleno control de su partido ya en vísperas de su salida procederá a “arropar” (cercar) al candidato presidencial con candidatos de su más plena confianza al senado o a la Cámara de diputados para así mantener el control político en vías de evitar desviaciones del proyecto partidista, pero esos lazos se disuelven una vez que el eje de poder cambió de ubicación. Por esto y muchas cosas más se dificulta pensar en un Maximato o un poder tras del trono o extender el brazo del poder más allá del mandato. “En política, quien ya bailó que se siente”, es refrán con vigencia plena.

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