CAMALEÓN — Tiempos de cambio y vorágine política

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Alfredo Bielma Villanueva

Que el Poder Legislativo se encuentre supeditado al Ejecutivo no es nada nuevo en nuestro país porque durante la hegemonía priista formó un lugar común en nuestro sistema político; pero esa circunstancia es inherente a su composición heterogénea y obedece a la lógica de la mayoría, pues si esta va en sinergia con el partido gobernante obviamente que habrá una absoluta coordinación y entendimiento entre ambos poderes, así sucedió cuando gobernó el PRI, lo es ahora con MoReNa. Ciertamente, ha habido periodos en los que el presidente no contó con mayoría parlamentaria y recurrió al cabildeo y la negociación. Así ocurrió en la segunda legislatura de Ernesto Zedillo, cuando el PRI perdió en 1997 la mayoría en la Cámara de diputados y enfrentó entonces la actitud protagónica de los diputados del PRD y la muy pragmática y utilitarista de los panistas. Qué decir durante el gobierno de Vicente Fox, a quien las bancadas del PRI y del PRD le dificultaron la aprobación de sus iniciativas e impidieron las reformas enviadas por el Poder Ejecutivo. Así pues, mientras opere el presidencialismo en México el Poder Legislativo caminará al ritmo que le marque el Ejecutivo, o, mejor, habrá sinergia entre ambos poderes en caso de contar con la mayoría cameral. En cambio, en el siglo pasado ni en lo que va del actual no existen antecedentes acerca de un Poder Judicial asumiendo cabalmente sus funciones y al margen de la voluntad presidencial, como ahora lo podemos constatar; es causa de asombro porque estamos acostumbrados a su sometimiento a los dictados presidenciales, tal cual ocurrió todavía con el ministro Zaldivar en la presidencia. Signos de estos tiempos, sin duda. Y no son los únicos, por supuesto, porque en el ámbito del Legislativo un bloque opositor actuando en la coyuntura como de contención por ser sus votos necesarios para cambios constitucionales han logrado detener mociones presidenciales, de esto tampoco existe antecedente. Por razones de estilo y de proyectos, nunca habíamos tenido un presidente más parecido a un dirigente partidista que a un gobernante para todos los mexicanos. De igual manera, tampoco habíamos sido testigos de un muy adelantado proceso sucesorio en mengua del marco normativo en materia electoral; tal condición contrasta radicalmente con la consigna del histórico dirigente de la CTM, Fidel Velázquez cuando recomendaba “el que se mueve no sale en la foto”. Todavía más, aún no hemos reparado en el drástico giro de la composición política nacional, cuando estábamos acostumbrados a que el PRI gobernara en todas o en la mayor parte de las entidades federativas, ahora esa circunstancia subsiste pero es MoReNa y no el PRI quien domina territorialmente. Y esto último es un cambio bastante significativo porque implica poder territorial y geopolíticamente podría influir de manera acentuada en el proceso electoral, como en tiempos del PRI. Hablamos de cambios pero ¿acaso no será una restauración con partido hegemónico y presidencia imperial? El tiempo y las circunstancias lo dirán.

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