CONTRAPUNTO — ¿Habrá fractura?

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Por Juan José Contreras Lara

Los próximos meses serán decisivos para ir perfilando el panorama rumbo a la elección presidencial de 2024, cuyo factor fundamental será conocer si los electores reivindicarán a Morena y asociados en el poder, como todo parece indicar, o se van a decantar por la oposición, que obligadamente deberá integrarse en alianza porque cada partido por su lado iría a una derrota segura.

Las encuestas y demás mediciones estadísticas que se difunden constantemente confirman lo anterior, aunque por supuesto que la tendencia podría variar según lo que suceda, porque esto, como se dice coloquialmente en el beisbol, se acaba hasta que se acaba.

Han transcurrido más de cuatro años desde la derrota de 2018 y los tres principales partidos de oposición, PAN, PRI y PRD, han sido incapaces de superar el trauma, recomponerse a fondo y presentarse como una opción combativa, propositiva y coherente. Excluyo de ese bloque a Movimiento Ciudadano porque si nos atenemos a la postura a veces difusa y otras veces contradictoria de su líder nacional, Dante Delgado Rannauro, no se puede anticipar si terminarán como simple partido bisagra, con acomodo donde les convenga, o en efecto irán solos, lo que sería suicida con el 4 o 5 por ciento de la preferencia nacional.

Suponiendo que la alianza opositora pueda sobrevivir, hasta ahora no se ve quién pudiera realmente abanderarla con reales posibilidades de triunfo. De querer, quieren muchos, pero entre ellos se ve de todo. Sobran nombres, pero sería prolijo mencionarlos. Lo cierto es que abundan los representantes del pasado, los que ya lo intentaron y no pudieron y quienes, a sabiendas de sus escasas posibilidades, se anotan porque pretenden ir a la negociación.

Aunque pudiera resultar paradójico, la posibilidad de que Morena pierda la presidencia no depende de lo que suceda con la oposición, sino al interior mismo de ese instituto político. Esto se ha puesto en evidencia después de que el presidente López, en junio pasado decidiera violentar la legislación electoral dando luz verde a quienes aspiran a sucederlo para que iniciaran una abierta precampaña.

Con su conocido tono despectivo, incluso los presentó como sus “corcholatas”, aunque a Sheinbaum, Ebrard y Adán Augusto no les quedó otra más que ufanarse por ello. A partir de ahí, y luego de la forzada inclusión de Ricardo Monreal Ávila, el líder de la mayoría de Morena en el Senado, se han sucedido una serie de desencuentros entre todos, por lo que no se augura una postulación muy tersa.

Hábil, como es, para la manipulación de masas y zorruno conocedor de la fidelidad de sus seguidores, a López no le importó violar la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales (LGIPE), misma que claramente establece que los aspirantes sólo podrán iniciar precampañas a partir de la tercera semana del mes de noviembre del año previo a la elección y no podrán durar más de sesenta días.

Por supuesto que este abuso supone una violación flagrante al principio de equidad en la contienda y pone en total desventaja a quienes, en la oposición, todavía ni siquiera se perfilan. Por si a Morena le faltara una ayudadita, el presidente arbitrariamente fomenta la proyección mediática de sus “corcholatas” y para ello no necesita hacer mucho, sólo lo logra, como hasta ahora, jugando con ellas.

Estimo que quien piense que a pesar de todo este rejuego que inevitablemente irá subiendo de tono, los de la 4T podrán salir fortalecidos y sin fracturas del proceso de postulación de candidato, se equivoca rotundamente. Por eso sostengo que al morenismo lo amenaza más su eventual división interna que la posibilidad de la derrota ante la alianza opositora, postule ésta a quien postule. 

Para resumir, se lo planteo en forma muy concisa. Suponiendo que a pesar de que Sheinbaum y Ebrard mantengan un margen de preferencia muy cerrado entre la militancia, López logre imponer a la jefa de Gobierno, como todo indica que sucederá, anticipo que se le abrirán dos frentes. Uno, en abierto con Monreal, que por descontado rechazará el resultado de la encuesta o de cualquier otro método, si la voluntad del señor, no el de los cielos, sino el de Palacio Nacional, favorece a Claudia. El otro, soterrado, por debajo de la mesa, será el de Ebrard, que seguramente no se atreverá a sacar la cabeza porque tiene cola que le pisen y si se siente segregado a pesar de que cree que tiene méritos de sobra, no dudo que su muy flaca lealtad termine por desaparecer.

Por otra parte, calculo que el canciller, aunque se mantiene firme en el segundo lugar y a mi juicio es el más equilibrado y pragmático de los cuatro, si es nominado la tendrá muy complicada. No veo a ninguno de los otros tres aspirantes cerrando filas en torno a él, por más que eventualmente se los pida López. Si acaso Adán Augusto, quien obedece ciegamente al tabasqueño y quien es el que más carece de simpatía y carisma. Él es el menos peligroso y beligerante, hasta cierto punto es bonachón, por lo que no extraña que se siga disputando el último lugar en las encuestas con el recién llegado Monreal. 

De cualquier forma, no creo que Morena salga indemne de todo esto. Veremos si este desgaste innecesario propiciado por la megalomanía presidencial, no termina por allanar el camino opositor, aunque lo veo muy remoto. López Obrador se recarga mucho en su amplio inventario militante, aunque habrá que ver cuántos de aquellos más de 30 millones de votos de 2018 son finalmente reivindicados en 2024.  

Habrá que ver finalmente lo que sucede el 4 de junio próximo, con las elecciones estatales en dos de los últimos bastiones priístas en el país. En el Estado de México y Coahuila, donde apenas van a empezar las campañas formales, las encuestas anticipan un resultado cerrado. Si Morena gana, olvídese usted para el próximo año, pues la tendencia estará cantada. En cambio, si el triunfo es aliancista será un tanque de oxígeno sobre todo para el PRI, que ya casi se encuentra en estado crítico.

Ya comentaremos.

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