PARA PENSAR UN POCO… — Universo 25: ratas y humanos

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Gino Raúl De Gasperín Gasperín

¿Qué sucederá si se colocan 8 ratones (4 y 4) en un paraíso terrenal, no bíblico sino verdadero? ¿Vivirán felices? ¿Se multiplicarán hasta el infinito? ¿Cómo se comportarán? ¿Terminarán por dominar la tierra?

Estas preguntas se formularon algunos curiosos investigadores (así son todos…), dirigidos por el etólogo John B. Calhoun, en 1968.

El científico creó ese edén ratonil: espacio agradable de 6.5 m2, comida y agua suficientes para todos, sin límite; nidos calientitos, ningún enemigo depredador a la vista, clima ideal, ambiente perfecto, cero reglamentos, cero jefes, libertad absoluta…

Por supuesto, los alegres ratoncitos y ratoncitas se multiplicaron a ritmo de primavera. En un año eran ya 620 felices habitantes del idílico lugar. Pero…

El pelo en la sopa. De pronto los encantadores roedores comenzaron a hacer locuras: por principio, empezaron a tropezarse unos con otros. Estar tan juntos ocasionó que surgieran los pleitos por el territorio, necesariamente limitado; se arracimaban en las esquinas, se herían unos a otros, etc. Y, lo más importante: de pronto los roles sociales se agotaron.

Empezaron a aparecer ratones antisociales, apáticos, sedentarios, solitarios: sentían que no había lugar para ellos en este mundo y su presencia era fútil.

Hasta el apetito sexual decayó: las hembras ya no quisieron más entusiastas y enjundiosos galanes que, por lo demás, tampoco abundaban ya. O peor, disminuyeron. Eligieron arrinconarse por ahí, eso sí, cerca de la comida, pero lejos de las apetecibles ratoncitas. Y más: algunos ratones prefirieron a otros del mismo sexo que a las hembritas, o todos practicaban de todo y con todos, sin hacer distingos… O se volvieron inapetentes y castos.

También se iniciaron las luchas entre familias y algunos desalmados mataban a sus crías recién nacidas o, ¡el colmo!: surgió el canibalismo…

Por fortuna, estas conductas antisociales no fueron generales. Por ahí aparecieron los «guapos»: ratones «ninis», narcisistas que se pasaban las horas peinándose, atusándose los bigotes, tal vez haciendo gimnasia y, eso sí, comiendo, bebiendo y durmiendo.

En resumen: el caos, origen de nuestro universo, fue el mismo de Universo 25. O peor: fue un infierno.

En el primer año, los entusiasmados ratoncitos se duplicaron una y otra vez, pero a partir de esa fecha el ritmo reproductivo decreció paulatinamente.

Llegado el segundo año nació la última generación. La población no creció más: al contrario, empezó a caer en picada.

Para el tercer año ya estaba en marcha una progresiva e inevitable defunción masiva. Y así, de una población que se esperaba de 3 500, a principios del segundo año llegó al máximo de 2 200 y continuó disminuyendo hasta llegar a su extinción. Y fin del utópico Universo 25.

Pero, ¿y cuáles son las conclusiones? Tanto Calhoun como otros investigadores son prudentes: no se puede equiparar a los ratones con los humanos. Sin embargo, el científico Jonathan Freedman hizo lo suyo: puso a alumnos a realizar actividades en ambiente de sobrepoblación. Los resultados: al aumentar la densidad poblacional aparecían y se incrementaban las conductas agresivas, el estrés, el malestar, etc. A estas conductas, resultado de la sobrepoblación, Calhoun llamó «Drenaje conductual».

Los científicos concluyeron sabiamente que «establecer una comparación con seres humanos es complicado, pues la sociedad humana es sustancialmente más compleja y en ningún caso cuenta con recursos infinitos para hacer crecer la población indefinidamente hasta que colapse por otros factores, como el Drenaje conductual».

Más allá de la definición, queda la duda. Ahí están los hechos, restan las conjeturas.

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