UNA COPA MÁS — Predicar futbol en el desierto

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Por Germán Martínez Aceves

Pensé que sólo a mi me pasaba, pero no; he platicado con varios amigos futboleros, seguidores recalcitrantes del máximo torneo de futbol en el planeta y, así es, el Mundial de Qatar 2022 no nos prende las ilusiones, hay algo que flota en el ambiente árabe que no acaba de lograr una empatía con la religión del balompié.

    Es probable que en el ánimo abone la incomprensible Selección nacional del Tata Martino que nos ofrece más inseguridad que certeza; o esa sensación extraña de esperar los encuentros de la Copa del Mundo a fin de año (la final la veremos en plenas posadas); o la publicidad que, cada vez más, devora el paisaje donde lo importante es fortalecer el consumismo, pero no el deporte; puede que todo sea parte del desgano o acaso, más certero, que ya me estoy poniendo viejo.

    Pero ¿cómo soslayar que la sede de Qatar se erige con base en cañonazos de dólares para cumplir los caprichos de un emir y satisfacer la gula insaciable de los bolsillos de algunos dirigentes de la FIFA?

    Hace unos días, Joseph Blatter, el expresidente de la FIFA, salió a curarse en salud para decir que la designación de Qatar como sede “fue un error”. No recuerdo haberlo visto enojado o con cara de desaprobación cuando en el 2010 nos enseñó a todo el mundo en una cartulina tamaño carta que el pequeñito país árabe sería el anfitrión de la fastuosa fiesta futbolera que se celebra cada cuatro años.

    Trato de imaginar una escena de Las mil y una noches, en los tiempos actuales, contada por la sagaz Scherehezade donde nos describe al emir qatarí Tamim bim Hamad Al Thani  y a su ministro de asuntos exteriores, Hamad ben Jassem, sesionando en el diván en medio de la opulencia de frutas y alimentos, bebidas sin límites y joyas por doquier, dándole órdenes a Miche Platini, quien era dirigente de la FIFA y a Nicolás Sarkozy, entonces presidente de Francia, para que el voto se decantara a favor de Qatar. Hoy esos privilegios los goza también el actual mandamás de la FIFA, Gianni Infantino, quien “se acuesta en la misma cama en Doha”, diría Blatter, tal vez lanzando un suspiro. 

    Claro, entre árabes y franceses están de por medio los grandes negocios con Qatar Petroleum International, Qatar Airways, la cadena deportiva de televisión Be In Sports, filial de Al-Jazeera y, por supuesto, con el Paris St-Qatar, perdón, Saint-Germain. 

      En ese relato probable, Scherehezade nos podría describir cómo el emir les ofrece a las autoridades francesas cien camellos cargados de diamantes y oro, un caballo árabe pura sangre para que entren victoriosos por el Arco del Triunfo, un harem para cada uno protegido por eunucos, más el poder eterno que solo Alá puede darles. Hasta el escritor francés Michel Houellebecq le faltaría hacer un capítulo más a su novela Sumisión para entender este amasiato de poder entre franceses y árabes. 

    Después, como sabemos, vinieron las construcciones de estadios que, como monumentos faraónicos, los organizadores usaron a trabajadores de Bangladesh, India y Nepal, principalmente que, con base en engaños, prácticamente esclavizaron a los migrantes, algunos de ellos hasta morir. Scherehezade narraría que a base de latigazos los esclavos acabaron las construcciones futboleras. 

    ¿Y el futbol? Bueno, es un pretexto para producir millones de dólares donde se ha impuesto la transacción publicitaria con venta de playeras, la transmisión exclusiva de partidos de futbol, paquetes de viaje a altísimos precios más el fomento de consumo de botanas y cervezas en los bares de cada país. 

    ¿El Mundial es negocio y se necesitan recursos para recuperar la inversión? No hay duda de que así es, el gran problema es querer consagrar los días a la voluptuosidad de las ganancias en pocas manos a costa de tremendas desigualdades.

    No hay que perder de vista que los árabes históricamente son amos y señores de los negocios, del disfrute de la belleza a través de los excesos deslumbrantes y del poder vertical ilimitado. Por algo un turbante volador es su mascota mundialista llamada La’aeb que significa jugador habilidoso y lo es, pero para los negocios.

    Aquí un ejemplo. Nuestra Selección nacional debuta el 22 de noviembre contra Polonia en el estadio 974 que recibe los aires marítimos del golfo Pérsico en Doha. La construcción está hecha con 974 contenedores para barcos con capacidad para 40 mil espectadores. Como dato adicional, el 974 es el prefijo telefónico de Qatar.

    Este escenario de presunción arquitectónica se dice que es “amigable al medio ambiente”, cuando termine el Mundial será desmontado para hacer el jardín comunitario Ras Abu Aboud y si a usted le interesan los módulos para armar otro estadio o para hacer una fiesta, los puede solicitar, claro, con un contrato de por medio. El 974 no será usado por ninguno de los doce equipos de futbol de la Liga de las Estrellas de Qatar.  

    En la Copa del Mundo cada vez es más clara la división entre los intereses económicos de los hombres de pantalón largo (o túnica) con los aficionados que cifran sus ilusiones en algún jugador o algún equipo donde los futbolistas son el objeto del mercado o el ídolo rodeado del halo mágico que le otorga su talento. 

    Tal vez para algunos el desinterés que nos provoca Qatar 2022 se diluya cuando llegue el momento de la inauguración y veamos el martes 22 de noviembre a nuestros representantes nacionales en la cancha del estadio 974 y aún más, cuando empiecen a desplegar su arte en la grama Messi, Cristiano Ronaldo, Mbappé, Benzema, Neymar, Vinicius, Lewandowski, Courtois, Modric, Pedri o Kane, por mencionar algunos de los dioses del futbol contemporáneo que predicarán su religión en tierra de Alá. 

    Ellos tendrán la función del apóstol Juan Bautista que predicaba en el desierto: “rectificad los caminos del señor”. 

Llegó el momento del encuentro del futbol del mundo, es la cita de nueva cuenta con las hazañas y las derrotas, la euforia y el desencanto, el gozo y la tristeza que van más allá de la corrupción de los dirigentes que tratan al deporte de la patada.

    Siempre recuerdo estas palabras de Eduardo Galeano, un enfermo irremediable de futbol: “Han pasado los años, y a la larga he terminado por asumir mi identidad: yo no soy mas que un mendigo de buen futbol. Voy por el mundo sombrero en mano, y en los estadios suplico: 

    -Una linda jugadita, por amor de Dios.

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