ACERTIJOS — Los apanicados vuelos

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Gilberto Haaz Diez

El volar apanica. A quien esto escribe le impidió por años treparse a un avión y cruzar el Atlántico, el Pacifico o el Golfo o lo que fuera. Bueno, ni a la Tinaja. Todo por tierra. Infinidad de invitaciones tuve que despreciar por apanicarme en las alturas. Pero ahora nadie me invita. Gachos. Muchos picudos le tienen terror al avión. Mohamed Alí decía que “podía flotar como mariposa” en el ring, pero que no intentaran subirlo a una maquina voladora. El Nobel García Márquez escribió un texto sublime: “El único miedo que los latinos confesamos sin vergüenza, y hasta con un cierto orgullo machista, es el miedo al avión”. Tal vez porque es un miedo distinto, que no existe desde nuestros orígenes, como el miedo a la oscuridad o el miedo mismo de que se nos note el miedo. Al contrario: el miedo al avión es el más reciente de todos, pues sólo existe desde que se inventó la ciencia de volar, hace apenas 87 años. Yo lo padezco como nadie, a mucha honra, y además con una gratitud inmensa, porque gracias a él he podido darle la vuelta al mundo en 82 horas, a bordo de toda clase de aviones, y por lo menos diez veces. No; al contrario de otros miedos que son atávicos o congénitos, el del avión se aprende”. El pintor Picasso tenía una tesis de ello: “No le tengo miedo a la muerte, sino al avión”. De quince años para acá, he volado tanto que ni me acuerdo cuántos aeropuertos del mundo conozco y cuántas ciudades he andado como romero buscando a Dios. Pero el miedo no se va. Cuando se despega y cuando se aterriza hay que apretar aquellito. No recuerdo cuando lo perdí, quizá fue aquella vez de hace años que un amigo me invitó en su avioneta privada a volar rumbo a Mc Allen o Brownsville, que también son pueblos, y allí, con un solo piloto apodado ‘El Güero’, aprendí que puedes escapar del rayo pero no de la raya. Y que si hay que morirse, cualquier sitio es bueno siempre y cuando hayas tenido vida plena y no le debas nada a Coopel o a Elektra, porque seguro te meten al Buró de Crédito del cielo. El piloto, apodado ‘El Güero’, temerario presumía que podía bajar en la playa sin gasolina y sin motor, por poco me dice que a oscuras también. Solo con planear su nave. Cada que se despega hay que persignarse, sugieren los curas. Mi suegra, cada que se subía a los aviones llevaba una botellita de plástico y, al pasar por donde los pilotos preparaban el vuelo, les rociaba agua bendita. Los pobres creían que llovía y se filtraba el agua al avión. Son cosas que pasan cuando suceden, diría Kamalucas, un filósofo de mi pueblo.

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