CONTRAPUNTO — ¿INFARTO?

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Por Juan José Contreras Lara

Conocedor de las relaciones entre prensa y poder desde su ahora ignorada génesis priísta de los setenta, el presidente López supo desde el momento mismo de asumir el poder, dónde y cómo debería golpear para satisfacer su siempre hambrienta megalomanía vengativa contra los medios que a su juicio no le han sido afines.

Esa concepción maniquea de la realidad, basada en el “quien no está conmigo, está contra mí”, lo llevó a desarrollar una estrategia de comunicación en dos frentes, que ha sido exitosa para él, pero atroz para el país. El primer frente es una pésima copia del manejo goebbeliano de la información, basada en la repetición de la misma mentira mil veces hasta convertirla en verdad en el inconsciente colectivo.

Como el postulado máximo de su gobierno reza “todos son corruptos, menos yo”, la segunda fase ha sido denostar, atacar y perseguir a todas empresas mediáticas, comunicadores, analistas y formadores de opinión. Sobran ejemplos de quienes han sido alcanzados por esas campañas de lodo, que un día sí y el otro también, se despliegan desde el vociferante atril presidencial.

Las conferencias mañaneras han sido fundamentales para ejecutar esa política mediatizadora. Ya utilizadas cuando fue un mediocre Jefe de Gobierno, ahora son el eje de la estrategia de comunicación de toda la administración, aunque cotidianamente se dediquen a propalar verdades a medias o de plano mentiras, como se ha comprobado frecuentemente.

Refiero esto para tratar de entender lo que ha sucedido este fin de semana en Yucatán, donde el mandatario se encontraba supervisando una de sus obras emblemáticas, el famoso Tren Maya, que no tienen para cuándo terminar, cuando sufrió un desvanecimiento o desmayo, lo que de inmediato encendió las alarmas porque es conocido que ha sufrido varios infartos por las cardiopatías que padece desde hace años.

A partir de ahí, el mundo se les vino encima. Por un lado, un titubeante responsable de Comunicación, como Jesús Ramírez Cuevas, personaje que nunca ha sido particularmente brillante, quien mientras más trataba de convencer de que “todo seguía igual”, más convencía de lo contrario.

Por el otro lado, Adán Augusto López Hernández, la “corcholata” que es secretario de Gobernación, cuyo carisma y presencia mediática tampoco es muy grande que digamos, aseguraba que esta misma semana reaparecería el presidente, para asegurar que su problema fue nuevamente el Covid y no otro infarto. Y aunque también demitió versiones periodísticas del desvanecimiento, tampoco concitó mucha credibilidad.

Otro dato que levantó sospechas fue la extraña redacción del tuit con el que López presuntamente anunció su problema de salud. Un simple análisis de su cuenta revela que utilizó expresiones y giros que no le son característicos, como aquello de “amigos y amigas”, lo que lleva a presumir que él personalmente no lo publicó. Tampoco se ha difundido el tradicional video con el que López acostumbra salir a tranquilizar a sus huestes.

Esta crisis ha quedado como ejemplo de lo que no se debe hacer y evidencia que para estas emergencias no existe una hoja de ruta en la oficina presidencial, además evidenció nuevamente que cuando no hay información oficial, lo que prolifera es la desinformación y esto se genera en automático.

Finalmente, es deseable la recuperación de López, pues en esta como en anteriores ocasiones, lo es no sólo por su beneficio personal, sino por la circunstancia del país. Más vale que concluya lo que empezó, para que todos veamos en qué condiciones de devastación lo entregará y pueda enfrentar en el futuro cualquier reclamo. Ojalá solo por eso, le dure la vida.  

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